Este artículo esta escrito por Salus y fue leído el día de la trilla, pero debido a deficiencias técnicas casi nadie pudo escucharlo, y por eso lo dejamos aquí.
Por que no sólo es un día de fiesta, es un homenaje y recuerdo a los que nos precedieron en Monsagro y tuvieron una vida mucho más dura que la que, afortunadamente, tenemos ahora.
Para comprender la actividad de la trilla, tenemos que retrotraernos a los años 50 y mucho antes, pero me refiero a ellos porque son los años que yo recuerdo.
Monsagro era un pueblo pobre, como la mayoría de los pueblos de nuestra zona. El nivel económico del que ahora se disfruta, estaba muy lejos de lo que eran esos años. La economía era muy simple.
No había agua corriente en las casas. La luz la daban un rato por la tarde noche. Nos llegaba desde una central (¡) que manejaba una señora: Tía Adela.
Por supuesto no había televisión. Algún aparato de radio que solo permitía oír alguna emisora. Normalmente se escuchaban canciones de algún país moro…La carretera no estaba asfaltada, el polvo que tragábamos en los viajes, podéis imaginarlo.
Pero teníamos un lujo: las escuelas, donde ahora se encuentra el centro médico. Había maestro y maestra. La parte de arriba para las muchachas, la de abajo por los muchachos.
En el pueblo se sobrevivía como se podía, pero la mayoría nunca pasamos hambre. Gracias a Dios, había mucha agua y se podía cosechar con garantía, los frutos del campo.
Se vivía de lo que se criaba, se sembraba y se cosechaba: Cada familia criaba uno o dos cebones. La piara de cerdos la cuidaba el porquero que los sacaba un tiempo y los llevaba a hozar en las charcas. Con ello se garantizaba el chorizo, donde se metía el jamón; nos abastecía de lomo, morcilla, farinato, grasa, la piel del cerdo que se aprovechaba para hacer coratos…
Algunos tenían terneros que engordaban para venderlos en Ciudad Rodrigo. La manada de churros, ahora se dice terneros, los cuidaba el boyero. La manada de churros se llamaba la “boyá”. Se cultivaban manzanos, patatas, castañas y sus calboches, garbanzos, lino y sobre todo trigo.
El trigo era fundamental. Garantizaba el pan para todo el año. Muchas casas tenían horno. El pan podía durar una semana. Yo no sé cómo se valían las madres para mantenerlo reciente. Tampoco había problema en comerlo un poco duro. Eran panes redondos, grandes, hermosos. El día que se amasaba y se metía en el horno, las madres nos hacían un bollo, se llamaba la bolla. Cuando aún estaba reciente, le poníamos miel o un pedazo de chorizo, y sabía a gloria.
El proceso del trigo comenzaba con la siembra. Ahora nos parece imposible, pero en aquellos años se sembraba en el Becerril, el hombo, el vaho, el carrascal, aunque era más para sembrar patatas, nabos, remolacha, frejones. También se sembraba en las fincas cercanas al pueblo.
Tras la siembra había que esperar a la siega. Por aquí llegaba un poco tarde. Creo que se comenzaba a segar a mediados de junio. Eran días de mucho ajetreo. La siega era un trabajo ímprobo. Había que madrugar.
A veces se dormía en el propio terreno para aprovechar la madrugá y comenzar a trajinar.
Había que cargar los haces de trigo en los mulos. No había tractores, ni cosechadoras. Todo se hacía a mano. La siega era con una hoz y las había de todos los tamaños.
Una vez en la era los haces se juntaban formando las acinas. Cuando todo estaba preparado, se extendía en las eras. Esos días el pueblo se volcaba en las eras. Unos trillando o dando la vuelta a la parva. Los muchachos pasábamos horas y horas sobre el trillo. Con la trilla aparecían los barriles, botijos para los finos, y así saciábamos la sed. A media tarde llegaba la merienda. Era un momento de alivio. Alguien te sustituía en el trillo. Podías descansar y compartir el pan, el chorizo y el queso en aceite.
Lo terrible era que cuando tu trilla se terminaba en tu era, normalmente te decían, mira vamos a ir ahora a la era de tío Toño…Y de nuevo había que comenzar a poner los pies sobre el trillo.
Por eso, la trilla, condensa todo lo que ha sido una parte viva del pueblo. Parte fundamental para subsistir con ciertas garantías la escasez de la que ahora nos parece algo tan lejano. Al revivir la trilla, traemos a la memoria una labor ya desaparecida, pero que ocupaba el verano de la mayoría de las personas del pueblo. Yo alabo esta iniciativa. Dicen que los pueblos que desconocen su historia están condenados a morir de frío. Al recordar nuestro pasado, lo estamos haciendo presente y eso es lo que importa.
Muchas gracias.