La visita inesperada

Caminábamos ufanos, imbatibles. No sabíamos bien a dónde íbamos, pero seguíamos caminando, ya que “parecía” que todo estaba controlado y asegurado. Acostumbrábamos a mirarnos el ombligo y, dirigiendo la mirada a nuestro alrededor, éramos incapaces de ver a nadie. Habíamos perdido la capacidad de percatarnos de que había otros en esa marcha. Y surgieron los diálogos altaneros y despectivos: a ver qué tierra es mejor que la mía, qué historia tiene más peso en nuestro común recorrido… y nos metimos en filologías para concretar conceptos de nación, patria.

Todo acabó embarrado. La bandera se convirtió en un trozo de tela a manipular y a despreciar, queriendo inventar otra historia y, por ello, nos agarramos a ese otro trozo de tela que, ahora sí, tiene carácter sagrado, -pequeño y escuálido- porque proclama de qué tribu provengo. Y así nos hicimos altaneros y comenzamos a despojarnos de valores que enriquecían nuestra convivencia: igualdad sin desequilibrios; solidaridad como compromiso y no como ideología; respeto como consideración a lo más sagrado de cada uno, más allá del postureo hipócrita e interesado… Y llegó la violencia y se le dio otro nombre para justificarla. Y la ley dejó de ser igual para todos, pues servía otros intereses y así se retrajo con motivos torticeros. Y se permitió que la injusticia sembrara la desigualdad por intereses bastardos y la ley dejó de tener carácter universal.

Pero seguíamos caminando, valorando solo el presente, sin que hubiera horizonte adecuado e igual para todos. Y de repente nos encontramos perdidos. ¿A dónde íbamos? ¿Qué ha pasado? ¿No estábamos seguros del camino a seguir? Y ¿por qué este desconcierto? Y hubo silencio porque llegó la visita inesperada. Un simple/maldito e insignificante ser vivo que tiene más fuerza que todos nosotros y que parece surgir del averno de almas sin piedad, y no sabemos cómo expulsarlo de nuestras vidas. Y se estableció el miedo de forma general. Se aconsejó no salir de casa y se vaciaron las calles, convertidas ahora en espacios muertos. Surgió la necesidad de irse al pueblo, a ese espacio de tierra donde todo parecía más seguro y que, antes, solo se valoraba en verano.

Entonces se vio que nuestra realidad personal y social necesitaba otra orientación. Y nos dimos cuenta que ese pequeño/gran ser que había llegado de fuera sin avisar, podría ser un motivo para reflexionar, un poco más allá de todos los problemas que nos estaba provocando. Quizá fuera necesario orientar la convivencia de forma más humana; tal vez habría que recuperar valores que se han visto despreciados en pro de ideologías. Considerar la justicia como forma digna de sentirnos todos iguales. Si queremos una nueva sociedad no llegará desde la imposición manipuladora, tampoco de teoría baratas, sino desde la reflexión serena, el consenso buscado, hecho de respeto y consideración. Todos vamos en el mismo barco y hay que basar la convivencia en “valores”, que no en simples intereses personales, porque al final, las “visitas inesperadas” hacen de nosotros una sociedad raquítica reducida a lo más inmediato, sin saber muy bien hacia dónde hemos de dirigirnos cuando la visita haya abandonado nuestro hogar.

Fr. Salus Mateos Gómara

Valladolid, 14 de marzo de 2020

2 comentarios

Magnífica reflexión, Salus.
No hay mucho más que decir .Yo, desde mi ignorancia quiero aportar mis pensamientos y reflexiones.
Estamos viviendo un momento convulso, alterado, crispado a veces, pero es ahí donde debemos estar a la altura de las circunstancias, pararnos y dedicar parte de este tiempo de confinamiento para la meditación e intententar frenar este «bichito» desde el cumplimientos de las directrices que nos marcan las autoridades sobre aislamiento, normas de higiene, etc así como poniendo nuestro granito de arena para conseguir que, cuando esto haya pasado, nos fijemos en lo verdaderamente importante y podamos contribuir a un mundo mejor, un mundo donde primen valores como la justicia para todos, la igualdad ante la ley,, el respeto hacia el prójimo,, la convivenvia sana entre los vecinos y la prudencia en nuestras decisiones.
Saldremos de ésta y reforzados positivamente.
Un abrazo
Mary

Tal vez no le venga mal a la humanidad, a sus países y sus habitantes una cura de humildad. Lo peor, que lo pagarán personas, familiares, que no tienen la culpa.

Cuidaros todos.
Pedro Mateos

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